miércoles, 28 de octubre de 2009

Tibia Noche de Invierno .-

Era pequeño y flaco, el típico personaje que Marcela describía en Los Pecosos , o el mismo Papelucho. Cuando conocí a Franco, me cargó. Fue apático y roto, prácticamente no me miro. Por lo mismo yo tampoco lo mire a él. En la noche tras unas copas de vino y el fuego de la chimenea en el frío invierno, comenzamos a conversar. Hablamos de cine, materia en la cual era un experto, también de fútbol y de lo cuadrada que es la ciencia. Nos reímos mucho, bailamos y cantamos como un par de niños. Nuestros amigos nos miraban, ¿como dos personas tan distintas pueden llegar a congeniar tan bien?. Un albo y pecoso gringo con acento europeo, en verdad un sueño para cualquier mujer, y yo la típica chilenita, media rellenita, castaña y buena pa' la chucha'.
Conversamos de la mala vida amorosa que habíamos tenido durante nuestras vidas. En verdad me pareció increíble lograr reírme de mis penas, me hizo verlas de otra forma. Logro que me riera de las veces q había sido infiel, o de las locuras y chaladuras que hice en mi juventud por lo que yo creía era amor. El también me contó su vida, y de su poca experiencia amorosa. Era un hombre de pocas palabras, pero cuando lograba confiar en alguien, no habían barreras para él. Su único romance, dejando de lados los púberes pololeos en el colegio, había sido en la universidad. Conoció a una Canadiense que venía de intercambio a su país. Cuando la vio se enamoro completamente, y le entrego todo ... cuando digo "todo" es "todo". Con ella fue feliz cinco años, recorrieron el mundo, eran la típica pareja perfecta que va adoptar niños África y salvan animales heridos en la calle, cuando están lejos de la oficina o el laboratorio. Pero todo se acabó, obvio, sino, no estaría sentado frente de mi con una copa de vino, sino en algún globo volando por los aires con su mujer. Fue una lastima lo que le sucedió. Se casó y fue feliz, hasta que encontró una nota en dónde ella le decía que ya no podía más, que lo amaba con su alma, pero su vida era la religión. La busco y la busco, pero no había rastro de ella por todo Canadá. Volvió a su país, llego a su departamento y la encontró sentada en un sillón. - te estado esperando por dos semanas- le dijo. El sonrió y se tiro a sus brazos. Lloraron juntos. Ella estaba vestida de blanco, con un papel de divorcio en las manos. El acepto su decisión, y le dijo que estaba pegado en él como su piel, y que nunca se olvidaría de ella. Tras esa confesión, e historia medio cinematográfica, debo decir que casi, casi se me cayeron un par de lágrimas, me di cuenta que mis sufrimientos y desdichas parecían una alpargata vieja junto a las de él.
Nos fuimos a dormir acurrucados, en esa noche de invierno que nosotros hicimos tibia.

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