miércoles, 28 de octubre de 2009

Juegos en la Mesa .-

Cada ves que escucho Amistades Peligrosas lo recuerdo. Me gusta hacerlo, recordar su Polo Black, sus besos y caricias en los labios. No he podido olvidar aquel día. Me llevó a su dpto. y tomamos una copa de vino, había comprado la botella para la ocasión. No me quería acercar a él, sabía que arriesgaba todo, además después de nuestro último encuentro era evidente dónde terminaríamos. La Amparo no podía saber, ella se molestaba cada ves que se tocaba el tema. Una y otra vez me dijo que él no era para mi, que nuestras vidas iban por caminos distintos, que ya pasó el tiempo en dónde éramos niños y jugábamos. Ahora estábamos hablando en serio. Nunca lo pude ver así, jamás pensé en tener una relación seria con él. Siempre supe que no nos podíamos querer que lo nuestro era una “no-relación”, una como los anti-poemas de Parra. Eso no me asustaba, jamás pude explicar lo que me pasaba con él. Lo recuerdo todo, los dos hielos que tenía que ponerle a su café y cuando terminábamos entrelazados tiritando. Su sonrisa era bella, una de las mas lindas que he visto, pero su vanidad me superaba. Recuerdo un día que fuimos al cine y se quedó mirando horas en la puerta de una tienda. Su pelo era algo intocable, que sólo él tenia el privilegio de peinar o moldear. Era un niño, y me encantaba. Me gustaba preparar ensaladas de pepino, lechuga y tomate, me gustaba que me retara porque comía muy lento. Me gustaba fumar y verlo jugar. Me gustaba verme con él. Me gustaba sentirme feliz. Me gustaba que no me dejara caminar y que sintiera que dependía de él, me gustaba hacerle creer eso. Me gustó llorar por última vez. Me gustó mucho Martín.

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